viernes, 27 de febrero de 2015


6 MOTIVOS POR LOS QUE LOS NIÑOS MUERDEN, DAN PATADAS, EMPUJAN O ARAÑAN EN INFANTIL:
*POR ‪#‎SOBREPROTECCIÓN: una de las consecuencias del exceso de protección es la baja tolerancia a la frustración. Y, de manera natural, los niños a esta edad ya tienen una especie de “baja tolerancia a la frustración”, puesto que su visión del tiempo no es igual que la nuestra. Para ellos, un minuto puede ser una eternidad.


*POR FALTA DE ‪#‎LENGUAJE ORAL: al no dominar la comunicación verbal, sus formas de mostrar rechazo, frustración, deseo o necesidad son un tanto “primitivas”. Su agresividad es, simplemente, una manera de decir qué quieren o qué no quieren, su modo de hacerse entender y de resolver los problemas.


*POR PENSAMIENTO ‪#‎EGOCÉNTRICO: que implica, entre otras cosas, que son incapaces de ponerse en el lugar del otro. Es decir, carecen de ‪#‎EMPATÍA. 
Si yo quiero este juguete, lo quiero ahora y me da igual que lo tengas tú y que también lo quieras ahora.


*POR COSTUMBRE: cuando empieza a caminar y nos da algún manotazo… ¿a qué nos hemos reído e incluso comentado con alarde “mira mi niño/a que genio tiene”, “mira qué fuerte está a esta edad”? Eso refuerza esa conducta porque el niño cree que es algo "gracioso" que gusta a los mayores.


*POR EXCESO DE ‪#‎EMOCIÓN (‪#‎ALEGRÍA/CARIÑO): los peques a esta edad aún no saben controlar sus ‪#‎emociones y su forma de expresión, su fuerza, a veces se exceden porque se ponen nerviosos y quieren mostrar tanto cariño que un besito se convierte en un mordisco, una caricia se convierte en un pellizco y un abrazo se convierte en un empujón al suelo.


*POR PROBLEMAS CON LOS DIENTES O RETIRADA DEL CHUPETE: que acaben de salir los dientes es motivo más que suficiente para morder todo lo que tienen cerca. Recordemos sus primeros dientes, ahora están con las muelas.
Algunos niños tienen el chupete como un “vicio” que les relaja. El que empecemos a quitárselo es para ellos un proceso de estrés que puede desencadenar mordiscos a otros compañeros/as.

viernes, 20 de febrero de 2015


Los problemas psicológicos no son enfermedades
Esta idea, recogida en el título del libro escrito por los psicólogos Ernesto López y Miguel Costa, supone el punto de partida para un profundo análisis de los elementos que determinan el comportamiento, como nuestro lenguaje, biografía o contexto, cuyas alteraciones dan lugar a trastornos del comportamiento, no a enfermedades
EFE/Mario Guzman

Ernesto López y Miguel Costa, psicólogos clínicos y expertos en salud pública, desarrollan en su libro “Los problemas psicológicos no son enfermedades mentales” (Ed. Pirámide) una crítica radical de la psicopatología y una honda reflexión del comportamiento humano, cuyos trastornos comprendidos como patologías son “un mito”.
Una tendencia patente en el trabajo del DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico), cuya clasificación de los trastornos mentales ha supuesto la expansión de los límites de la enfermedad.
Este aumento de las patologías psiquiátricas registradas tiene su origen, según Miguel Costa, en la conversión de los trastornos de la conducta en trastornos mentales.
“Cuando actuamos de manera desafortunada, cosechamos dificultades que pueden derivar en problemas psicológicos del comportamiento, pero considerarlos como enfermedades es una invención”, afirma.
Una de las principales causas de una conducta disfuncional, origen de diversos trastornos psicológicos, es la falta de adaptación entre el comportamiento, configurado por nuestras reacciones ante los avatares de la vida, y el contexto social.
Nuestra experiencia y el mundo de nuestro comportamiento
La biografía personal y el entorno en el que se desarrolla determinan la aparición de factores de riesgo con respecto a patologías graves, como la esquizofrenia, cuando la persona se ve desbordada por la experiencia vivida.
“Si estoy en China sin saber chino, las dificultades para controlar mi entorno social podrían derivar en problemas crónicos al entrar en una situación de fracaso repetido”, indica.
EFE/M.Lorenzo
Por tanto, las reacciones que configuran el comportamiento dependen de una conexión entre biografía y entorno que permita a cada persona desarrollar competencias.
Para conseguir este objetivo en ocasiones es necesario un “tratamiento psicológico de empoderamiento”, en el que cada persona aprenda a resolver las dificultades del contexto en el que vive.
Ello se puede ver dificultado si un comportamiento disfuncional se considera una enfermedad, ya que recurrir al tratamiento farmacológico “para mejorar o aplacar el ánimo puede limitar el repertorio de cada persona, su capacidad de empoderarse”, señala Miguel Costa.
Nuestro yo social
La influencia del lenguaje interior y la imaginación en la salud mental también está relacionada con el mundo en el que vivimos, puesto que estas conversaciones con nosotros mismos parten de un lenguaje social.
“Por ello nuestras propias normas son reglas interiorizadas a partir de un contexto determinado”, afirma.
La falta de correspondencia entre el comportamiento y la norma, al no compartirla, puede generar un problema psicológico de inadaptación a un determinado entorno.
Para evitar este resultado el doctor Costa insiste en “el aprendizaje de la responsabilidad”, donde el padecer las consecuencias de los actos, para bien o para mal, actúa como un regulador de la conducta.
Otro elemento interno que deriva de la realidad y que puede suponer un trastorno del comportamiento es la falta de correspondencia entre lo imaginado y lo vivido.
“Si estos elementos no coinciden, la incoherencia que provocan te obliga a pensar en ella o a evitarla, lo que puede dar lugar a alucinaciones”, explica.
Todo ello compone nuestro “yo soy yo y mis circunstancias”, que dijera Ortega y Gasset, donde nuestra conducta es creada y condicionada, y donde sus alteraciones dan lugar a trastornos del comportamiento y no a enfermedades mentales, según los psicólogos clínicos Ernesto López y Miguel Costa.

miércoles, 4 de febrero de 2015


Cuando las pesadillas y los terrores nocturnos irrumpen en el sueño de los niños
El nerviosismo provocado por película e historias, e incluso el miedo a distintas situaciones pueden hacer que el sueño de los más pequeños se tambalee con pesadillas y terrores nocturnos. Conocerlos y saber cómo reaccionar ante ellos es fundamental para evitar que los niños adquieran hábitos inadecuados para dormir.
¿Cómo se producen las pesadillas y los terrores nocturnos? ¿En qué se diferencian? ¿Cómo deben de actuar los padres en estas situaciones? Ante todo tranquilidad, el somnólogo Eduard Estivill y la psicóloga Silvia Álava dan las claves para comprender  y gestionar los malos sueños en los niños.
Tras el entramado onírico
El doctor Eduard Estivill, especialista Europeo en Medicina del Sueño, compara dormir con descender los peldaños de una escalera. De este modo, el primer escalón es el sueño superficial, después el profundo y el tercero es el sueño REM, peldaño donde se configuran los ensueños. Este ‘descenso’ es un ciclo que se repite durante la noche.
Pero, ¿qué son los sueños? El especialista explica que se trata de “una combinación de información que tenemos en el cerebro y emociones”,  y al configurarse, esta información se mezcla de forma errónea.
“Cuando estamos despiertos el cerebro capta información y emociones por nuestros cinco sentidos y la va guardando hasta que la necesita” apunta el somnólogo quien señala que llegado el momento, la recopila, junta adecuadamente y explica.
Sin embargo, mientras dormimos la información que se ha guardado corre una suerte distinta a cuando estamos en vigilia. Al configurarse el sueño, ésta “se combina de forma aleatoria y aúna cosas del pasado, del presente y del futuro, pensadas, imaginadas y vividas sin coherencia ni explicación”, afirma Estivill.
En el momento en el que la ansiedad se mezcla con la configuración del sueño, se producen las pesadillas y terrores nocturnos, añade.
Soñar no es cosa de unos pocos. La realidad es que “todos lo hacemos pero no todo el mundo los recuerda”, apunta el experto. Según el experto, cuando más se despierta una persona, más rememora los ensueños ya que aumentan las posibilidades de que el despertar se produzca en la fase REM.
Padres ante los malos sueños
La psicóloga Silvia Álava, directora del área infantil en el Centro de Psicología Álava Reyes, da a los padres las pautas a seguir ante las pesadilla y los terrores nocturnos en el libro “Queremos hijos felices. Lo que nunca nos enseñaron”, (JdJ Editores).
Pesadillas
La experta señala que los episodios de pesadillas aparecen en la segunda mitad de la noche. Entre sus principales características, destaca que el niño se despierta y siente miedo porque puede recordar el contenido del sueño, mientras se producen no suele haber “movimientos ni verbalizaciones”.
 Según menciona la psicóloga, la prevalencia de las pesadillas está entre un 10-50% en niños de tres a cinco años.
Aunque generalmente no suponen un trastorno grave y desaparecen con la edad, si se dan con asiduidad, pueden acarrear al niño temor a dormir  y que éste requiera “estrategias de autocontrol y relajación para poder superarlo”, apunta Silvia Álava quien aconseja a los padres seguir estas recomendaciones:
1. Acudir al lado del niño para calmarlo pero sin pedirle especificaciones ni dar muchas explicaciones.
2. No tratar de razonar sobre el desencadenante de la pesadilla sino señalar que fue un mal sueño y hacer que el niño se duerma solo  con el objetivo de que aprenda a volver a dormir sin que los padres estén al lado.
3. Para relajar a los pequeños, la especialista recomienda llevar un vaso de agua y una vez se han calmado, se puede dejar una luz encendida para se vuelva a dormir.
Terrores nocturnos
Al contrario que sucede con las pesadillas, “los niños no se despiertan durante los terrores nocturnos, que se producen en la primera mitad de la noche y son menos habituales”, explica Silvia Álava. El episodio puede ir acompañado de gritos, llanto y temblores e incluso el pequeño puede llegar a incorporarse. No obstante, el niño no recordará el contenido del sueño ni en ese momento ni al día siguiente.
La psicóloga apunta que los terrores nocturnos se dan entre los cuatro y los doce años y ceden con la adolescencia.  Son menos frecuentes en niños que en las niñas y su prevalencia entre la población infantil es del 1-6%.
La experta indica que en estas situaciones no se debe hablar con el menor ni despertarlo, basta con asegurarse de que no se caen de la cama ni se hacen daño.